Tiembla, AENA



No sé si en AENA han sido muy duros con los controladores aéreos, ni sé si las reivindicaciones de éstos son o no legítimas: decidir sobre esa polémica es función de otros.  Pero lo que sí me viene a la cabeza y me han enseñado desde siempre es que cuando hay una diferencia de opiniones, por mucha razón que tengas, la pierdes cuando  comienzas a agredir a los demás (agresión entendida en toda su amplitud: física, verbal, moral, etc).

Esto mismo es lo que yo creo que ha pasado estos días, o por lo menos como yo, como afectada, me siento: pisoteada, asaltada y boicoteada Yo, que sólo he visto cómo me fastidiaban un pequeño viaje “de novios” que llevaba tiempo planeando y en el que había puesto mucha ilusión y gran parte nuestros ahorros;  no puedo ni imaginar cómo se sentirá la gente que tenía en su viaje muchos más proyectos o expectativas: todos hemos visto imágenes de gente contando su historia: los que tenían que llegar a un juicio para firmar la custodia de sus hijos, los que iban a cerrar un negocio que les iba a sacar de la crisis, los que tenían que llegar a trabajar porque otras personas dependían de ello, los que llevan todo el año ahorrando para visitar a su familia (a la que no ven desde hace varios años) en su país.

Los señores controladores aéreos han pasado por encima de todos nosotros para defender, no sus derechos, sino sus privilegios. Si queremos movilizarnos por los derechos de alguien, podríamos empezar por los que sufren condiciones de explotación en sus trabajos como pasa en sectores como la hostelería, la construcción o el servicio doméstico. O podríamos solidarizarnos con todos aquellos que hoy tenían que viajar a otros países para poner en marcha proyectos de cooperación con el tercer mundo. O con aquellos que viajan lejos de sus familias porque encontraron (por fin) un trabajo pero en otra ciudad. ¿Cómo podemos pensar que tienen algo de razón si con este gesto han puesto de manifiesto que no tienen la menor sensibilidad para con el prójimo?.

Podríamos pensar que, en el fondo, los controladores aéreos, pretendían solidarizarse con todas las asociaciones de amigos de los extraterrestres y regalarnos una noche en la que pudiésemos mirar al cielo y estar completamente seguros de que, esa luz parpadeante que hemos visto, no es ni un pájaro ni un avión… es un OVNI.

Pensándolo con calma, y mirando el lado positivo, me acuerdo de un refrán: “el tiempo pone a cada uno en su sitio“; con esto quiero decir: supongo que hoy muchos transportistas y muchos trabajadores del metro de Madrid, habrán podido tener la experiencia de sentirse tan frustrados y avasallados como nos hemos sentido “los de siempre” en otras ocasiones y esto les haga reflexionar: a ellos y a todos en general, sobre lo importantes que somos todos para que la sociedad en la que vivimos funcione y nos ofrezca la posibilidad de alcanzar unos mínimos de felicidad.

También espero que todos, como sociedad, adquiramos ciertas sanas costumbres que tienen que ver con la responsabilidad que tenemos todos de apercibir a los que hacen mal su trabajo: es decir, que rellenemos las correspondientes hojitas de reclamación para que todos podamos mejorar y no pasemos por encima de los demás cuando nuestro trabajo así nos lo permita. Hace pocas semanas acudimos con nuestros hijos a ver una película al cine y “los señores del cine”, con el objetivo de que despejásemos lo antes posible la sala, decidieron quitar el sonido y nos quedamos sin disfrutar de los pequeños “guiños” que, a modo de falsas tomas falsas intercalaban con los títulos de crédito finales; estábamos en una sala llena donde debía haber unas 200 personas y los únicos que protestamos por aquello de forma oficial fuimos nosotros. El resto de las personas debieron pensar que ya habían sufrido el daño y que no tenía remedio, no se pararon a pensar en que su reclamación beneficiaría a los demás.

Yo tengo a mi asesor particular en reclamaciones, que es mi padre, AENA no  sabe todavía con quién se ha metido… que empiece a temblar.

Andamos todos por la vida pensando en nuestras cosas y sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando llueve. Ahora que empieza la Navidad, podríamos empezar a pensar un poquito en las consecuencias que nuestros actos y decisiones tienen para los demás y tener cuidado en mirar “por dónde pisamos”. Estoy convencida de que eso nos haría a todos más felices.

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